“Decímelo en la cara, decímelo en la cara”. La destemplada reacción de Sergio Romero, intentando responder a los insultos de los hinchas a golpes de puño y prácticamente metiéndose en la platea, comprobó una vez más la vigencia de la frase publicitaria “una imagen vale más que mil palabras”.
En el Día de la Primavera, La Bombonera experimentó una tarde de furia, tras una pobrísima actuación del “Xeneize”, que perdió ante un River alternativo y con la mente puesta en la Copa Libertadores.
“Lo que quiero es lo mejor para Boca y eso lo veremos entre todos”, respondió Diego Martínez a la pregunta que caía por su propio peso, sobre si el técnico se sentía o no con fuerzas para continuar en el cargo, después de un nuevo “sopapo”, esta vez propinado por su colega Marcelo Gallardo, quien le ganó el pulso desde que se sentaron a la mesa.
“El equipo se vino a plantar”, expresó el “Muñeco” sobre su formación inicialista, plagada de suplentes. Es la actitud que el hincha de Boca extrañó y reclamó de sus jugadores casi desde el inicio del superclásico.
El “Xeneize”, en versión futbolística y anímica “light”, ni siquiera supo aprovechar que su rival tuviera al marcador central Federico Gattoni amonestado en tiempo récord, desde los nueve segundos de juego.
Martínez ya estaba desgastado y debilitado antes de la derrota y mucho más lo está ahora. Consciente de ello, el propio extécnico de Huracán deja la puerta abierta a irse antes de tiempo en caso de que los dirigentes así lo consideren.
Lejos de la cima de la Liga –sobre todo si el líder Vélez triunfa el lunes-, la Copa Argentina parece la única carta medianamente promisoria que queda en el mazo de Martínez para cerrar aceptablemente el año. A esta altura parece improbable que esto suceda.
De hecho, el famoso lenguaje corporal al que aludió en su momento Martín Demichelis –en absoluto echado de menos por los simpatizantes de River- dejó al descubierto el momento del todavía entrenador de Boca: en varios pasajes del cotejo, Martínez lució como el “hombre vencido”, recostado en los carteles o con las manos en los bolsillos.
Seguramente condicionado por un vestuario convulsionado, Martínez apostó por Marcos Rojo en detrimento de Aaron Anselmino. Con algo de lógica, incluyó a un Edinson Cavani que venía de 37 días sin jugar. E ilógicamente lo reemplazó más tarde cuando su equipo iba perdiendo y tenía que jugarse el todo por el todo.
En fin, ni siquiera la polémica del final, con el gol anulado por mano de Milton Giménez, diluyó los silbidos y los reproches. Antes se había escuchado la reprobación al destemplado Rojo y a “Pol” Fernández, quien mostró su peor versión en mucho tiempo y dejará el club a fin de año. A Cristian Lema también se lo increpó por su postrera expulsión.
“Chiquito” Romero pidió disculpas por su reacción, pero debió firmar una contravención y difícilmente pueda volver a pisar La Bombonera: “Con la sangre caliente, se me fue la cabeza”. La sensación es que tal descripción le cabe como anillo al dedo a la actualidad que atraviesa todo el “Mundo Boca”.
Un estado de crispación que sin dudas se profundizará si River consigue avanzar en la Libertadores y ni hablar si el “Xeneize” ve reducidas sus probabilidades de clasificar a la próxima.
Como dijo el propio Martínez, las “sensaciones son feas”. El técnico boquense dijo que su equipo mereció empatar. Pudo hacerlo sí, pero no hubiera cambiado demasiado el concepto de que Boca hoy se asemeja a un “navío sin rumbo”. Y los hinchas empiezan a reclamar que Juan Román Riquelme se calce la gorra de capitán y tome decisiones.
“Un clásico nunca se puede pasar por alto porque siempre deja secuelas”, expresó Gallardo, siempre “pillo”, antes de dejar el barrio de La Boca. En el caso de Martínez, solo parece ser cuestión de tiempo.